La mercantilización
de las relaciones sexuales: ¿Un modelo deseable?
EL PERIÓDICO FEMINISTA de Mujeres en Red .
http://wwmujeresenred.net/article.php3?id_article=397
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Por Sara Berbel Sánchez
Martes 8 noviembre 2005.
1. El deseo
masculino.
Si hay un deseo poderoso, universal y unánimemente
reconocido a lo largo de la historia de la humanidad, es el que sienten los
hombres por las mujeres. Un deseo que trasciende el ámbito propiamente
biológico para convertirse en energía vital, símbolo artístico e incluso
glorificación sagrada. Según Freud, se trataba de la líbido, esa fuerza genuina
que permite la vida, la creación, y cuya represión origina, en el mejor de los
casos, la expresión artística, el arte por sublimación. El supuesto deseo sin
límites masculino ha sido privilegiado y justificado de muy diversas maneras en
las diferentes culturas conocidas. Actualmente
todavía pueden escucharse muchas afirmaciones en relación a
la incontenibilidad de tal impulso, a pesar de que la ciencia ha demostrado
hace tiempo que, a medida que se avanza en la escala animal, los factores
hormonales disminuyen su influencia a favor de los culturales. En concreto, dentro
de la especie humana las imágenes eróticas son más determinantes que la
activación hormonal por sí misma.
No obstante, las certezas científicas (cuando lo son) no son
garantía de que la población vaya a creer en ellas. No hay más que escuchar a
las personas que se empeñan en denostar el proceso evolutivo en el origen de
las especies en aras de la teoría creacionista. Del mismo modo, el supuesto
deseo irrefrenable de tipo sexual de los hombres sigue
impregnando los discursos psiquiátricos, políticos,
artísticos y culturales. Las fantasías que otorgan al deseo sexual masculino un
papel preponderante son alimentadas mediáticamente y algunos hombres deciden
ponerlas en práctica. Porque hay hombres que sueñan con poseer cuerpos de
mujeres sin su consentimiento, mujeres a quien en ningún caso respetan, y mucho
menos aman, y de quienes con frecuencia tampoco esperan afecto ni otro
sentimiento afectivo o comunicativo. Y, si bien las
fantasías son absolutamente libres, en algunas ocasiones, la distancia entre el
deseo y la realidad se estrecha peligrosamente.
Ese deseo imposible sobre cuerpos ajenos logra satisfacerse
de una forma consentida socialmente desde tiempos inmemoriales, y consiste en
pagar por ello. Y eso es lo que hacen aproximadamente un 30% de varones entre
los 18 y los 49 años en nuestra sociedad, según las últimas encuestas
realizadas. El deseo masculino se ve cumplido: sólo es necesario un cuerpo
femenino y algún dinero. Pero ¿a quién corresponde ese cuerpo que
se vende? ¿En dónde está su deseo? No se sabe ni tampoco se
pretende.
Las mujeres no son nunca sujetos de deseo para nuestra
sociedad.
2. El deseo femenino.
El 95% de las mujeres que ocupan nuestras calles y locales
donde se ejerce la prostitución son inmigrantes con graves problemas
socioeconómicos y, la mayor parte de ellas, víctimas del tráfico de personas,
según datos recientes de las fuerzas policiales y ONGs que les dan apoyo.
Nuestro país recibe cada año decenas de miles de mujeres
(hasta 300.000 como mínimo en toda España) procedentes del Este, Latinoamérica
y Africa. Ese sólo dato debería alertarnos sobre la falacia de la voluntariedad
en la elección de tal ejercicio. ¿Es posible que no seamos capaces de ver que
lo que se esconde tras esas cifras es una profunda pobreza, miseria,
imposibilidad de alcanzar algo mejor? La hipocresía de nuestra sociedad radica
en no querer ver los rostros de la pobreza, de la esclavitud, incluso de la
violencia cuando nos prestan un supuesto servicio social.
Pero hablábamos de deseo. El deseo de la mayoría de las
mujeres que ejercen la prostitución radica en su necesidad, en una radical
necesidad de supervivencia para ellas y sus familias. Del mismo modo que la
desesperación conduce a algunas personas a arriesgarse en viajes imposibles en
pateras, o a saltar vallas con peligro de su vida, ellas arriesgan la salud e
incluso la integridad física. Huyen de la miseria, de los conflictos sociales,
y con frecuencia caen en las redes del crimen organizado. Cerca de un millón de
mujeres entra al año en Europa para ser prostituídas, según cifras manifestadas
en el I Congreso Internacional de Explotación Sexual y Tráfico de Mujeres. A la
situación de indefensión y explotación a que son sometidas hay que añadir que
muchas de ellas vienen mediante engaños y no son conscientes de la terrible
realidad que las espera. Su único pensamiento es lograr al precio que sea un
futuro mejor para ellas mismas y sus familias.
La extraordinaria lucha por la supervivencia que
protagonizan estas mujeres no se realiza en igualdad de oportunidades con el
resto de la población y, por tanto, no puede hablarse de libertad en la
elección. Como afirma el republicanismo, las personas no son libres si no
tienen garantizadas las condiciones materiales de existencia. Para que exista
libertad real debe existir, primero, igualdad en las oportunidades y acceso a
recursos y beneficios, parámetros que la izquierda política reivindica desde
hace algunos siglos.
3. El cuerpo, objeto
de consumo.
Cada vez que una persona realiza una acción, ésta tiene un
efecto sobre su entorno, interviene en él e incluso lo modifica como nos mostró
la Gestalt hace ya algunas décadas. A veces, el impacto del acto realizado
llega incluso más allá de la realidad circundante. De este modo, cuando un
hombre compra o alquila el cuerpo de una mujer está mostrando al
mundo que se trata de algo “comprable”, está realizando una
“cosificación”, asignándolo a la categoría de objeto, más exactamente, de
objeto de consumo, precisamente lo que durante siglos ha realizado la cultura
patriarcal con el cuerpo de las mujeres. Al mismo tiempo, reafirma el modelo de
desigualdad entre hombres y mujeres al mostrar una situación en que uno es
sujeto de su deseo y la otra objeto del mismo, transacción que suele acabar en
unos beneficios que a su vez recoge otro hombre, el proxeneta. Piensen ustedes
en cómo educaremos a nuestros jóvenes en la igualdad de derechos entre hombres
y mujeres si saben que, al salir a la calle, los varones podrán disponer de un
cuerpo femenino a la medida de sus necesidades mediante una operación
comercial.
Por otra parte, al comprar o alquilar un cuerpo, al someter
a las leyes del mercado el cuerpo de algunas mujeres, ocurre el efecto,
aparentemente paradójico, de sustraerle todo valor. Las cuestiones a las que la
sociedad otorga el máximo valor no están en venta: son aquellas como el
respeto, la dignidad o el amor. El propio cuerpo de los seres humanos se valora
tanto que no se permite la venta de sus órganos a pesar de que alguien deseara
voluntariamente desprenderse de ellos a cambio de dinero. Sin embargo, el
cuerpo de las mujeres sí está en venta, precisamente porque socialmente no se
le otorga valor.
En consecuencia, la única postura respetuosa para con los
hombres y las mujeres es sustraer el cuerpo del ámbito de las transacciones
comerciales. Tarea que no resulta sencilla si recordamos que el negocio del
sexo mueve alrededor de 40 millones de euros al año en España, situación que
sin duda no resulta ajena a la ferviente defensa que se realiza desde
algunas instancias para dar cobertura legal a los
empresarios del sexo y a sus locales. Sin embargo, algunas experiencias
europeas muestran que disminuirían espectacularmente las redes mafiosas, la
explotación femenina, las vejaciones y humillaciones si la compra-venta sexual
no estuviera permitida. En los países donde se ha tomado esta postura, como
Suecia, no han aumentado las violaciones ni se ha incrementado la violencia
sexual como algunos auguraban que sucedería sino que, por el contrario, los
datos señalan que ha disminuido la prostitución en cifras globales.
Los hombres son, por supuesto, capaces de ser dueños y no
víctimas de sus deseos. Por el contrario, se han reducido las redes de tráfico
de mujeres y muchas de las que se dedicaban a la prostitución ocupan ahora
trabajos con sueldos dignos que les permiten afrontar el futuro con cierta
esperanza.
4. La libertad de las
personas.
Resulta difícil justificar que defendemos un modelo
aduciendo que es el “menos malo”, o que siempre ha existido, como se hace cuando
se defiende la regularización de la prostitución como un trabajo de servicios
de proximidad. Durante siglos la sociedad ha considerado legítimas prácticas
culturales contrarias a los derechos de las personas como el trabajo infantil,
la esclavitud o la violencia de género. Se trata de luchar contra la
explotación, no de regularla. La discusión en la actualidad es semejante a la
que en el siglo XIX mantenían los movimientos abolicionistas y los partidarios
de perpetuar la esclavitud: razones de conveniencia económica, de armonización
social y de pervivencia e inevitabilidad histórica se manejaban entonces al
igual que hoy. Es como si aceptáramos la violencia doméstica porque es menos
mala que la posibilidad de perder la vida cuando las mujeres exigen la
separación de sus maltratadores y adujéramos que además siempre ha existido. O
como si aceptáramos la esclavitud en según qué supuestos porque es más
beneficiosa para la persona esclavizada que la propia libertad, llena de
peligros, e incluso
si algunas de ellas escogieran permanecer en ella, donde se
sienten más seguras.
El modelo de sociedad que algunas mujeres de izquierdas
defendemos aspira a la existencia de relaciones libres e iguales entre los
sexos, donde todas las personas son sujetos y no objetos y donde el sexo se
practica por placer (de ambos) y no por necesidad. Por supuesto, ello implica
reconocimiento de las mujeres prostitutas como sujetos de derecho, acceso a
recursos sanitarios y sociales y, sobre todo, acceso a trabajos no precarios, estables,
bien remunerados y seguros para todas las personas que habitan en nuestra
sociedad, especialmente para las mujeres que siguen siendo el colectivo más
vulnerable en el ámbito laboral. Puede ser difícil, pero no es utópico y, si
esa reivindicación es válida para los
trabajadores/as que están sufriendo situaciones vejatorias y
de discriminación ¿por qué no va a serlo para las mujeres que practican, por
necesidades económicas, la prostitución?
Soy partidiaria de la libertad en las elecciones afectivas,
de la libertad en el uso del propio cuerpo por parte de hombres y mujeres, en
el mantenimiento de relaciones sexuales voluntariamente consentidas. Pero estoy
convencida de que esa libertad, tan buscada y tan añorada, sólo podrá darse si
los cuerpos se encuentran en función del deseo de las personas que intervienen,
hombres y mujeres, lejos de las relaciones desiguales de poder que el comercio
del sexo consagra.
a.. > La
mercantilización de las relaciones sexuales: ¿Un modelo
deseable?
11 de noviembre de
2005, La libertad no se compra
Completamente de
acuerdo con el artículo. Pero seguiremos escuchando a la falsa progresía
defender la libertad de venderse, así como minimizar la importancia de nuestra
sexualidad, diciendo que igual se vende el/la que hace rosquillas en una
fábrica. La sexualidad forzada, aunque sea con dinero, afecta a lo más profundo
del ser humano. Esto mueve mucho dinero y han puesto en marcha el engranaje del
sistema para crear un
nuevo ideario colectivo para que la gente diga que la
prostitución es un empleo más que debe regularse. Aunque, si se preguntara,
nadie querría ese empleo para su hija.
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