De los viejos prostíbulos porteños – El
caso de Corrientes 509
Una
postal escondida del Buenos Aires de fines del siglo XIX. Luces, bailes y
bebida. Lujosos palacios ambientados para albergar a las mujeres más hermosas.
Sexo, placer, diversión... y tras aquella fachada, negocios sucios, transportes
clandestinos, compra‑venta, encierro, enfermedades horrorosas que se curan con rapidez,
complicidades y sobornos. Los ingredientes de una novela sin héroes. Pero
nuestra.
Por José Luis Scarsi (*)
Según el censo de 1869 había en la ciudad de
Buenos Aires 185 mujeres autodefinidas como prostitutas y 47 rufianes, para
quienes ellas trabajaban. Seguramente el número sería mucho mayor, pero es de
suponer que declararían otros oficios.
Dos
años mas tarde, el diario La Tribuna informa que de acuerdo a un cuadro
estadístico de la policía "... el número de casas (de prostitución) que se
ocupa de tan infame tráfico es de 49. En esta cifra no están comprendidas
aquellas que sin ser ni más ni menos lo mismo que estas, no se pueden calificar
de tales por la decencia aparente y engañosa que revisten. Tampoco está
comprendida la numerosa cuartería que existe por decirlo así en determinadas
calles; pocilgas inmundas donde el vicio y la corrupción es mayor y más
repugnante. De manera pues que se puede calcular sin exageración en 150 el total
de lupanares que tiene en su seno el Municipio." (1)
En
estos años, la ciudad se esforzaba por llevar la cuadrícula de sus manzanas
hasta los alrededores de la plaza Miserere, aunque las polvorientas calles que
llegaban hasta allí estaban cortadas en su mayoría, por terrenos baldíos que a
pocas cuadras se convertían en las quintas y predios que separaban a la ciudad,
de los vecinos partidos de Flores y Belgrano.
Aventurarse hacia el norte, mas allá de la
actual Viamonte, era internarse en fangosos arrabales y una caminata en días de
tormenta, suponía el riesgo de ser arrastrado por alguno de los caudalosos
arroyos que corrían en las mismas calles.
Comenzaba a ser frecuente escuchar diálogos en
italiano, francés, inglés, alemán o idish; tanto es así que hasta la misma
policía contaba entre sus filas con tropa reclutada entre inmigrantes que
apenas balbuceaban algunas palabras en español.
La
paulatina industrialización y los trabajos asociados con el agro fomentaron la
inmigración dando como resultado que en pocos años el número de extranjeros
superara a la población nativa. El gran flujo de recién llegados, en su mayoría
hombres jóvenes y solteros, generó una evidente desproporción entre estos y
mujeres de similares características.
Este
dato fue rápidamente aprovechado por los comerciantes locales y en todos los
cafés y fondas que rodeaban el puerto y aún en los barrios, comenzó a hacerse
evidente la presencia de prostitutas.
Si
bien ellas ejercían su comercio, no se puede hablar de estos lugares como casas
de prostitución, porque como fachada o por renta genuina se dedicaban
mayoritariamente a la venta de alimentos y bebidas y el sexo era una actividad
marginal, como lo eran el juego de naipes y las apuestas.
Además, las prostitutas, fueran asociadas en
la ganancia o remuneradas por el servicio, gozaban de la libertad de abandonar
el lugar con relativa facilidad, cosa que no sucedería en los prostíbulos o
casas de tolerancia.
La escasez de mujeres y el despertar
económico de la floreciente metrópolis impulsó la codicia de algunos hombres
que vieron como gran negocio traer a estas costas a jóvenes europeas con el
pretexto de ofrecerlas en matrimonio.
En principio esta idea fue tan bien
recibida, que algunos investigadores se animan a especular que sectores de la
propia iglesia católica financiaron este primer viaje.
Viendo algunos comisionistas la facilidad de
las ganancias, pronto convinieron la realización de negocios aún mucho más
lucrativos (2), y se transformaron en tratantes de blancas. Recorrían
especialmente el centro de Europa, visitando humildes familias que, con la
esperanza de un futuro mejor e ignorando los peligros, cedían a sus hijas.
Los
tratantes contraían matrimonio con estas jóvenes, en muchos casos fraguados y
en otros reales, lo que implicaba que, cuando el esposo era de otra
nacionalidad, la mujer perdiera la propia y consecuentemente el derecho de
reclamar ante las autoridades consulares de su patria.
Una
vez llegadas a los burdeles porteños, no había ley que las amparara ni forma de
hacer saber de la explotación a que eran sometidas.
Por
otra parte, como comprobaremos más adelante, algunas de estas mujeres ya se
dedicaban a la prostitución en sus países de origen .
Cuando los tratantes lograban reunir un grupo
de entre 6 a 12 mujeres, se embarcaban preferentemente en Marsella con destino
a Montevideo, allí aguardaban unos días y trataban de vender individualmente a
las más bonitas, a la espera del momento de menor control para cruzar a Buenos
Aires.
Uno
de los operadores más conocidos era Adolph Weismann. Un cómplice de éste,
Jacobo Hönig, llegó a Buenos Aires a fines de la década de 1860 y con cuatro
mujeres se instaló en Cerrito 123 donde abrió uno de los primeros burdeles con
las que se denominarían "esclavas blancas". (3)
Puertas adentro
Los continuos escándalos que se sucedían en
estos establecimientos eran causa frecuente de reclamos por parte de los
vecinos, fuera ante la Municipalidad, fuera ante la policía.
Por
dichas denuncias y algunas notas de la prensa, sabemos que en la mayoría de los
casos obedecían a los ruidos molestos, borracheras, peleas con arma blanca y
ocasionalmente de fuego, y pequeños robos.
Los
locales más denunciados eran los ubicados en los números 8, 10, 12, 14, 16, 18,
23 y 25 de la calle Uruguay; los de Esmeralda 168, 176 y 179; 25 de Mayo 104,
135, 192; Reconquista 167; Maipú 201; Tucumán 8; Parque 57 o Libertad 156. Pero
hay uno que llamó particularmente nuestra atención: el de Corrientes 35.
A
comienzos de 1870, la dueña de la casa era Concepción Amalla. Tanto ésta como
las mujeres que allí trabajaban eran argentinas o de origen español, dato que
no es menor pues evidencia que aún no se había producido la llegada de los
proxenetas y el tráfico organizado proveniente, en principio, del centro
europeo.
Las
constantes denuncias de los vecinos (4), sea por los alborotos, sea por el
trato que se daba a las pupilas, hacían este establecimiento muy conocido por
la Municipalidad y la policía, aunque casi por dos años el lugar no recibiera
clausura alguna.
Una
queja frecuente era la presencia cotidiana de mujeres "que se subían a la
azotea casi desnudas y cometían toda clase de actos inmorales... " También
se decía que llamaban a los paseantes hasta cuando estaban acompañados por su familia.
(5)
El 9
de febrero de 1871, el comisario de la seccional correspondiente, eleva un
informe al jefe de la policía en el que dice: "Esta comisaría no tiene
conocimientos de desórdenes en dicho lupanar desde que el 5‑1‑71 se dispuso la clausura en
caso de que los hubiera... ".
Hace
una muy particular interpretación, ya que más adelante se contradice al decir
que Carlos Guertre, vecino de dicha casa, tuvo que mudarse por los reiterados
escándalos y que si bien había hecho múltiples denuncias con sus
"sirvientas las que fueron varias veces presentadas por este señor, (como
testigos) como el infrascrito no presenció nunca dichos escándalos no
procedió." ¡Maravilloso!
El
propio comisario admite de puño y letra que eran reiteradas las denuncias y los
testigos que le hubieran permitido clausurar el prostíbulo, pero como él mismo
no era testigo ocular no hizo caso a las mismas.
Era
comprensible, pues, que los vecinos enviaran notas y solicitadas a la prensa en
busca de amparo y como forma de presión. También era bastante frecuente que
viendo infructuosos sus trámites optaran por mudarse. Un año después, con
nuevos dueños en el lupanar de Corrientes 35, los vecinos hacen otra
presentación con varias firmas que nuevamente es desatendida. (6)
con
fecha 3 de julio de 1874, el comisario de la 1° seccional relata al jefe de la
policía: "En la mañana de hoy al querer salir del lupanar calle de
Corrientes N° 35 las mujeres Margarita Brut, Emilia Cavendiche, Elisa Nidercan
y Luisa Cunco fueron detenidos por Carlos Rock y Anita Rock dueños de dicho
lupanar tomándolas a golpes ayudados por el mozo Francisco Pose. Enseguida
fueron despedidas de la casa pero sus ropas se las detuvieron con la escusa de
que debían en la casa y concluyeron por despojar por métodos violentos de las
carabanas y un medallón que tenía puestos la mujer Emilia. Unas presentaban
varias contusiones de los golpes que habían recibido. Lo mismo que Margarita
que venía con la boca llena de sangre cuando se presentó en esta comisaría a
quejarse de lo que pasaba. A Elisa le rompieron sus ropas cuyos pedazos remito
a usted. Doña. Analía Araujo, que sirve en la casa contigua a este lupanar dice
que ollo salir llorando a algunas mujeres y quejándose de que las habían
estropeado... Por esta causa constituí en prisión en este departamento a Carlos
Rock que es polaco, de 41 años, casado, dueño del lupanar calle de Corrientes
N° 35 y Aníta Rock, polaca, de 30 años, casada, dueña de la misma casa y a
Francisco Pose, francés de 29 años, soltero, mozo del mismo establecimiento; lo
que aviso a usted a sus efectos."
De
lo anterior podemos obtener varios datos de importancia: en primer término, los
dueños del lugar. Además, sabemos que había un mozo que hacía las veces de
portero y presumiblemente habría también una sirvienta o cocinera.
Conocemos el trato al que eran sometidas las
mujeres y la forma en que retenían sus pertenencias. Llegadas a Buenos Aires se
les informaba que tenían una deuda por el viaje, por la ropa que se les daba y
hasta por la propia comida. Como si no fuera suficiente, los precios eran
sobrevaluados varias veces y la deuda se tornaba impagable. El método era
aplicado con igual rigurosidad en todos los locales de la ciudad.
Dado
que no existía ninguna normativa para las casas de prostitución, todos los
reclamos de vecinos y prostitutas quedaban al amparo de la buena voluntad de la
autoridad, pero como se sabe, cuando hay negocios de por medio la buena
voluntad flaquea.
En
otro caso expuesto ante el mismo comisario el 4 de agosto de 1874, se presenta
Clarisa Berthow, francesa de 21 años, soltera, que relata haber estado en
Montevideo en el lupanar de la calle Buenos Aires 53 y que de allí fue traída a
nuestra ciudad siendo vendida en 4.000 pesos al lupanar de calle Reconquista
167. Llamada a prestar declaración, la dueña del prostíbulo alega que la joven
tiene una deuda con ella y que por tal motivo no le entrega sus pertenencias.
Después de ambas exposiciones, la policía aconseja a la joven concurrir a las
autoridades competentes, pues la denuncia que ella entablaba no era de carácter
policial. Demás está decir que para tales casos, no había ninguna autoridad que
se arrogara competencia.
Comienza el gran negocio
Para
mediados de la década del '70, la municipalidad trata de abordar el tema de la
prostitución dándole un marco administrativo a lo que hasta ese momento, se
venía manejando en forma discrecional.
La
Ordenanza sobre prostitución de 1875 distaba mucho de resolver los problemas
sociales y sanitarios para los que había sido dictada, y si bien no involucraba
a todo el universo y todos los actores a los que debía comprender, una mirada
indiscreta podría notar que cumplía con las motivaciones de algunos de sus
oscuros impulsores
Desde su misma promulgación comenzaron las
críticas. Algunos de los artículos más observados tanto por el Consejo de
Higiene Pública como por asociaciones médicas, eran los Nros. 15, 17 y 18, que
disponían que un médico visitaría las casas los miércoles y sábados revisando a
todas las pupilas y anotando en un libro a tal efecto, "sana" o
"enferma". El problema fue que la Municipalidad delegó su
responsabilidad en las gerentas de cada uno de los prostíbulos, dejando que
contrataran a un médico de su elección, hecho que desde el inicio generó todo
tipo de arbitrariedades, haciendo totalmente ineficiente el control.
La
Asociación Médica Bonaerense, con gran tino, hizo una serie de críticas en
especial la referida al artículo 15, que decía: "...en caso de que las
prostitutas contrajesen enfermedades venéreas ó la sífilis primitiva, serán
atendidas por cuenta de la regente; si según declaración del médico de la casa,
la enfermedad pasase al estado de sífilis constitucional ó fagedémica entonces
la prostituta pasará al hospital." "¿Qué fin ha consultado la Municipalidad
para dictar una disposición tal? ... ¿No hubiese sido mas arreglado a las
conveniencias sociales que la prostituta, una vez constatado su estado de
enfermedad fuese remitida inmediatamente al hospital? La disposición del
artículo 15 que insertamos mas arriba, demuestra que su autor ha considerado a
las prostitutas como incapaces de transmitir su sífilis primitiva y dispone que
solamente cuando todo el organismo de la mujer pública haya sido invadido por
el virus deba ser entonces remitida al Hospital, es decir, cuando haya
contagiado su terrible afección a una multitud de personas, porque creemos que
el servicio médico establecido en la ordenanza es incapaz de impedir las
funestas consecuencias de la infección". (7)
¡Aquí está dicho con todas las letras y
anticipándose a los hechos! El asentar en el libro el estado de enfermedad de
la prostituta, no impedía que ésta fuese exigida para seguir trabajando y así
tras la fachada de la inspección médica, las casas autorizadas, por su engañoso
espejismo de control sanitario, fueron más peligrosas que los sórdidos burdeles
de antaño.
Ninguna mujer enferma dejó de prestar sus
servicios sexuales mientras permanecía en las casas. Aún aquellas que durante
meses fueron inscriptas como enfermas en los libros, siguieron prostituyéndose,
como veremos más adelante.
No
hay punto en la Ordenanza que representara los derechos de las trabajadoras ni
las auxiliara para abandonar dicho rol. Ya hemos dicho que muchas de estas
mujeres huían de sus encierros por los malos tratos que recibían. Pues bien, la
Ordenanza, mucho más represiva que sus propios captores, confería a la policía
autoridad para perseguir a estas "fugadas" y regresarlas al vicio,
pudiendo también multar o encarcelar a todo aquel que le ofreciera un trabajo
diferente, alojamiento o cualquier tipo de ayuda en su huida.
Debe
ser el único caso de un trabajador que por abandonar su tarea es requerido por
la fuerza pública para reintegrarlo a ésta. (Artículos 12 y 14)
Es
imaginable que teniendo una potestad absoluta sobre la vida de sus esclavas,
los rufianes proyectaran sus negocios a lo grande. No es casual que en la misma
semana de la promulgación de la ordenanza, estos mercaderes dejaran sus
pequeños burdeles para instalarse en grandes casas, dispuestos a llenarlas de
lujo y comodidad. (8)
En
contraparte, la autoridad municipal centró toda su atención en el cobro de
patentes, el arancelamiento de las inspecciones y las multas. Su sesgo
tributarista no estuvo errado, si vemos que unos años más tarde, 143 burdeles,
aunque representaban menos del 2% de los negocios porteños, producían el 21% de
los impuestos comerciales e industriales. (9)
Llama la atención (o tal vez no tanto...) que
las reglamentaciones de la autoridad municipal no encuadraran en ellas a las
decenas de pequeños locales y a las mujeres que en ellos comerciaban.
Cuando habla de casas de prostitución y define
las características que han de tener, se refiere a establecimientos
inexistentes hasta ese momento, e imposibilita el registro de los que venían
funcionando, imponiendo patentes y registros excesivamente altos para que
pudieran ser afrontados por éstos.
Para
quedar incluido dentro de las nuevas disposiciones legales, hacían falta casas
muy amplias que permitieran albergar gran número de mujeres para enfrentar los
altos costos y (¡oh casualidad!) la mayor parte de estas nuevas casas
pertenecían directa o indirectamente a los tratantes de blancas.
Pretender que por verse impedidos de pagar las
altas patentes que se requerían, cerrarían los locales que hasta ese momento
funcionaban, es a todas luces ingenuo. Siguieron, de manera clandestina,
amparados en muchos casos por la policía y los inspectores, que sabían de su
existencia y en otras ocasiones engrosando las arcas de la municipalidad con
las altas multas que esporádicamente se les imponían.
Con
un marco legal que les daba cierta cobertura para instalarse, los tratantes
comenzaron a tramitar permisos para sus nuevos locales.
Adolph Hönig abrió una importante casa en
la calle Corrientes 506 en la que puso como regenta a Matilde Salowitz. Jacobo,
un hermano de aquel, se encontraba en Viena, desde donde operaba como nexo en
el tráfico de mujeres.
Entusiasmado con los progresos de sus negocios
del Río de la Plata, envió por otro de sus hermanos, Simón, para abrir una
segunda casa en la calle Temple (10), que sería regenteada por Ernestina
Rabanowic. Instalar estas casas tenía un costo de entre 200 y 400 mil pesos,
suma similar a la que reportaba cada remesa de mujeres de Europa.
Cuando
en 1876 la policía austrohúngara desbarata a un grupo de tratantes entre los
que se encontraban Weismann y Hönig, éstos admiten que sólo en el año anterior
condujeron una media docena de transportes de mujeres con destino a Sudamérica.
Las
cifras, pues, son siderales y para aquella época, era uno de los negocios más
rentables que se conocían.
Juan Hibler, también socio de éstos,
trasladó su local de Suipacha 179 a otro más lujoso en Temple 368 colocando a
Sofía Gilbert como su regenta (nótese el parecido de los apellidos). Al mismo
tiempo que el conocido matrimonio Rock seguía trabajando en su local de
Corrientes 35, obtenía el permiso de habilitación y comenzaba los trabajos de
decoración en la casa de Cerrito 82. Pero la suerte les fue esquiva y la
presión y el mal humor de los vecinos hicieron imposible trasladarse a esta
nueva dirección, perdiendo así todo su capital. (11)
Leamos ahora una de las solicitadas que por
aquellos días, se publicaban en los diarios: "En vista de las reiteradas
instancias de la prensa para que desaparecieran del centro de la Municipalidad
los casinos, la Municipalidad dictó la famosa Ordenanza sobre la prostitución.
Si bien aquellos casinos han cerrado, desgraciadamente la ciudad de Buenos
Aires se encuentra invadida de casas con puerta de fierro. Nos hemos librado de
un mal y ya tenemos otro peor invadiendo hasta aquellos barrios que antes
habían tenido la suerte de ser eximidos de este flagelo. Es triste ver que
aquellos negociantes infames invocan la autorización oficial y se burlan de las
familias que tienen la desgracia de ser vecinos de esta gente."
Y
finaliza diciendo "Como el propietario de una casa situada en la calle
Corrientes num. 509 he tenido la mala suerte de ser vecino de la casa de
tolerancia num. 507 que los escándalos le obligan a abandonar su casa para
salvar su familia de esta funesta influencia. 6 de abril de 1875."
Tal
vez hasta el propio Carlos Rock leyó la solicitada, pues justamente allí y con
la ayuda de unos amigos que le facilitaron dinero y algunas mujeres, para
mediados del mismo mes pudo abrir el "famoso" prostíbulo de
Corrientes 509 (actual 1283) entre Libertad y Talcahuano. (12) Era una extensa
casa con tres patios, contaba con once habitaciones y se ubicaba en un terreno
con 9 metros de frente por 68 de fondo; dos amplias ventanas que daban a la
calle, iluminaban la primera sala. La regente era Ana Snot y si bien Rosa (a
veces nombrada Ana) concurría todos los días para vigilar sus negocios, ésta,
junto con Carlos y un socio de ambos llamado Janet, vivían en una casa de altos
en Cerrito 224, demostrando así que los dueños de los prostíbulos no siempre
vivían en estos. (13)
Cuando el subcomisario Batiz publica su libro
"Buenos Aires, la ribera y los prostíbulos en 1880" da a este local el
calificativo de famoso "por el lujo y concurrencia de muchachos de la
burguesía. " Al igual que otros de su tipo "ocupaban cesas
lujosísimas donde se veían los pisos con riquísimas alfombras de colores de
buen gusto, elegantísimas cenefas de buen brocado azul, rojo o purpurino; en
resumen, un buen confort; piano, buenas habitaciones, todo lo necesario para
recibir gente de dinero, como las hay en ciudades como Buenos Aires."
Lejos de la fama pero reiteradamente nombrados en distintos documentos, los
habitantes de esta casa nos acercan un poco más a la vida prostibularia de
fines del siglo XIX. Hacia allí es a donde vamos.
Sana
o enferma
Como
hemos visto, la inspección médica corría por cuenta de la regenta de cada casa,
quien debía contratar a un médico para tal fin. Según los registros de la
Comisaría 5°, de las 22 casas habilitadas en dicha sección, 14 habían requerido
los servicios del Dr. Beruti. Estas, que eran de las más importantes de la
ciudad, pertenecían a tratantes de esclavas y sí bien funcionaban de manera
independiente, ciertos aspectos como el descripto demuestran sus buenos
vínculos y funcionamiento como grupo.
Como
germen primitivo de organizaciones que, varios años después, llegarían a tener
el peso de la Zwig Migdal, estos primeros tratantes se reunían en forma
frecuente, a modo de cofradía, para realizar sus acciones. Durante varios años
lo hicieron en una casa de la calle Libertad, donde además se vendían o
canjeaban las mujeres traídas de Europa. Esta actividad no era ignorada por la
policía. (14)
Finalmente, al año siguiente la Municipalidad
es la que designa a los 16 médicos que visitarán las casas de tolerancia del
municipio.
El
Dr. Justo Meza pasa a hacerse cargo de la fiscalización de Corrientes 509 y
desde el primer día demuestra un extraordinario respeto por la tarea asignada.
Los partes que eleva a la autoridad están ajustados a todas las exigencias. A
diferencia de la mayoría de sus colegas, que sólo consignan "no hay
novedad, todas las prostítutas están sanas", Meza hacía constar el nombre
de cada una, con sus datos personales y día de entrada o salida de la casa.
En
su primera visita, de febrero de 1876, nos informa haber encontrado a seis
mujeres de entre 21 y 22 años, Ida Bohn, Ana Mühler, María Res, Rosa Rickler,
Gabriela Kirch y Rosa Beier, todas alemanas, diciendo que "... reconocidas
pues, éstas mujeres desgraciadas, no he encontrado en ellas felizmente signo
alguno que pueda revelar una enfermedad." Y en el parte del mes siguiente
señala: "La casa se halla en condiciones higiénicas inmejorables, como
también hay el respeto debido de éstas desgraciadas mujeres al médico
infrascrito." (15)
Algunas mujeres más hubiera encontrado Meza,
si no fuera porque, en una noche del mes anterior, dos de estas reclusas se
escaparon por la azotea con unas sábanas que ataron a tal efecto. El hecho es
que para evitar nuevas evasiones se mandó cerrar dicha azotea con una reja de
dos metros.
Se
sabe que si bien las mujeres no fueron regresadas a la casa, el reclamo que los
Rock hicieron ante las autoridades, privó a las muchachas de retirar sus
pertenencias, abandonadas en la huida. (16)
En
el parte del 10 de abril de 1876, el Dr. Meza, además de informar de las
primeras ulceraciones que encuentra, reporta de la salida con destino a
Montevideo de dos de las internas y agrega: "Como por el art. 14 de
capítulo 3° es a la gerente a quien le íncumbe dar cuenta; y como es creíble
que no lo haya efectuado, es por esto que lo hace el que suscribe...” y a la próxima semana reitera lo informado:
"por sí no había dado cuenta la regenta", agregando que lo hacía en
forma oficiosa "por no ser de la incumbencia del infrascrito."
En
estos primeros meses se destaca la compasión que sentía por las jóvenes y el
celo con que cumplía su tarea, lo que le llevaba a informar sobre situaciones
que no le eran requeridas. Pero no siempre sería así en el futuro. (17)
Regresemos a la calle Corrientes. En el
período referido pasaron por el burdel más de 120 mujeres. Algunas estuvieron
allí sólo días, como si fuera una escala en un viaje más largo, o la casa no
las consideró apropiadas para sus intereses; otras permanecieron por años. La
edad en todos los casos variaba entre los 18 y los 24 años, aunque es lógico
suponer que en caso de haber habido menores, se habrían sumado algún año y las
mayores se lo restarían, como lo hace saber el Dr. Meza en sus informes. Un
dato interesante es que en estos 12 años, sólo una argentina trabajó en la casa
y únicamente por un período de 10 días. La nacionalidad predominante era la
alemana, seguida por polacas y austríacas.
En
estos años, 45 mujeres fueron inscriptas como enfermas en el libro respectivo.
Si bien según el facultativo, en algunos casos eran escoriaciones vaginales que
no pasaban de un carácter sospechoso, en 18 se detectó mal venéreo, siendo 7 de
estos casos descubiertos en la primera inspección, apenas arribadas a la casa.
Puesto que llegaban a Buenos Aires con síntomas de la enfermedad, es posible
inferir que no todas eran jóvenes campesinas engañadas y que muchas de ellas
venían de ejercer la profesión en Europa.
Es
interesante comprobar que todos los casos en que se detectó mal venéreo en la
primera inspección se presentaron hasta el año '80, sin que por ello se
consignaran contagios dentro de la casa. Por el contrario, si bien en los
siguientes 8 años no ingresó al prostíbulo ninguna mujer enferma, el plantel
existente se contagió en forma alarmante, contrayendo la enfermedad casi el 20%
de las que por allí pasaron.
Es
posible que los tratantes consideraran la pérdida económica que les ocasionaba
el transporte de enfermas y que a partir de esto, realizaran algún tipo de
inspección, previo al embarque, pero sería aventurarse en hipótesis sin ningún
fundamento.
Cierto es que las mujeres que ingresaban enfermas,
estaban allí varios meses y no contagiaban a sus compañeras. ¿Por qué entonces
comienza el contagio intraprostibulario a partir del año '81?
La
explicación la encontramos en los partes del Dr. Meza. De los 7 casos de mal
venéreo detectados en la primera inspección, sólo Robisch y Friedl
permanecieron por un largo período en la casa. Si bien la Ordenanza imponía a
la gerenta hacerse cargo de la atención de las enfermas, pocas veces se
cumplía.
Seguramente el motivo para que estas dos
mujeres hayan respetado el tratamiento y reposo recomendado, se debió a que
eran los primeros tiempos del negocio y las normas higiénicas eran muy
estrictas, como el propio médico reconoció. Está comprobado que con el correr
de los años la higiene del establecimiento mermó y la promiscuidad fue en
desmedido aumento.
En
el período '84‑85, de las 26 mujeres que ofrecieron sus servicios, 13 fueron
inscriptas como enfermas y a 4 de ellas se les comprobó sífilis. A su vez, 3 de estas 4 quedaron embarazadas, hecho contundente que viene a probar
que, aún en el grave estado de su enfermedad, se les seguía exigiendo trabajar.
Ida
Bartac figuró durante 18 meses consecutivos como enferma sifilítica hasta que
finalmente quedó embarazada. Juana Harr también llegó al embarazo luego de 5
meses de diagnosticada su enfermedad. Un par de meses después de comprobar
efectivamente dichos casos, abandonaron el establecimiento aún enfermas.
Si
bien el Dr. Meza seguía cumpliendo con admirable dedicación los controles que
se le habían impuesto, su función sólo pasaba por informar a la Municipalidad
el estado de salud de las prostitutas.
Mes
tras mes enviaba sus partes haciendo saber a la Comisión de Salud que tal o
cual mujer no se presentaba a los exámenes médicos, pero ésta no enviaba sus
inspectores y cuando lo hacía, eran sobornados, de tal forma que la casa de los
Rock jamás recibió una multa ni por estos hechos ni por los que veremos más
adelante.
La
Ordenanza obligaba a los médicos informar sobre el estado de las prostitutas
con relación a la sífilis -si estaban sanas o enfermas- no sabemos por qué se
hacía caso omiso de otras enfermedades de transmisión sexual como la
blenorragia (también conocida como gonorrea).
Tampoco era una visita sanitaria que
propendiera a resguardar la salud integral de la mujer y el caso que veremos a
continuación, es esclarecedor.
En
enero de 1877, el juez de Paz de la parroquia de San Nicolás recibe una
denuncia sobre el estado de una joven perteneciente a la casa de tolerancia de
Corrientes 509. Inmediatamente eleva un pedido de informes al presidente de la
Municipalidad, que a su vez solicita precisiones del caso al médico encargado
de dicho local. Lo que sigue es la transcripción del informe presentado por el
Dr. Meza.
"El que suscribe, Doctor en medicina y
médico Municipal, al cargo de la casa de tolerancia sita en la calle de
Corrientes N° 509, evacuando el informe que se solicita por el Señor Secretario
de la Municipalidad, dice: Que aunque en la nota del Señor juez de Paz no se
designa con el nombre propio n la mujer por la cual se exige el informe médico,
y solamente se la designa por su nacionalidad. No habiendo en dicha casa de
tolerancia, otra mujer de nacionalidad española que la prostituta Lola
Martínez, y cuyo estado infunde serios temores, es creíble sea de la que se
solicita el respectivo informe. La espresada prostituta, Lola Martinez, de
veintiún años de edad (aunque en realidad debe tener mas edad), natural de
España, entró a la casa el quince de junio del pasado año de 1876, hallándose
anotada en el respectivo libro bajo el número trece, se encuentra en un estado
bastante alarmante, porque su delicado organismo, y con esa vida licenciosa,
hace temer muy fundadamente que terminará, tal vez en breve tiempo, por una
Tisis pulmonar, ya incipiente, ó, en otros términos, de una tuberculosis.
Es
pues, de urgente necesidad que cambie de vida, debiendo, sin pérdida de tiempo,
salir al campo para que con el aire oxigenado y una buena, como nutritiva
alimentación, pueda cambiar su delicada constitución y recuperar las fuerzas
vitales que cada día va perdiendo notablemente. Hace ya algún tiempo, que el
infrascrito indicó a dicha prostituta, la urgentísima necesidad de cambiar de
vida, porque do lo contrario, su organismo iría cada día deteriorándose
notablemente, poniendo en gravísimo peligro su existencia. De igual modo lo
hizo presente al Señor Inspector General, D. Antonio Navarro, puesto que la
ordenanza ad hoc, no ha previsto este caso, y solamente ordena darse cuenta a
la Municipalidad en las enfermedades sifilíticas y en estado de gestación, como
cuando se hallase ausente en la visita de inspección, ó no permitan el ser
inspeccionadas. Es cuanto tiene el infrascrito que informar sobre el particular
en obligación a la verdad y para los fines conducentes..." (18)
Lola
Martínez abandonó la casa el mismo mes de enero y allí se pierde su rastro.
Suponemos improbable que siguiera los
consejos médicos, pero de esto nos queda la evidencia del punto al que se
explotaba a las mujeres sin importar su estado de salud.
Eran
compradas y vendidas entre distintos rufianes; en algunos casos consideradas un
activo para pagar deudas y en más de una oportunidad, jugadas a los naipes
escribiendo, detrás de su retrato, la cantidad de dinero apostado.
Suponer que estos hombres iban a permitir que
las enfermas estuvieran inactivas durante la convalecencia (de meses a años)
que podía demandar la enfermedad, era muy improbable. Por esta razón, las casas
bajo control sanitario eran tan peligrosas como las que no se sometían a él. A
continuación, una prueba categórica de lo expresado.
Amalia Faertig era una muchacha polaca de 22
años que había ingresado al establecimiento el 23 de abril de 1880. Isabel
Hoëgerl, de quien no tenemos más datos, lo había hecho unos meses después.
Según el parte del 31‑7‑81,
ambas fueron enviadas al hospital "para asistirse de enfermedades venéreas
que Izan contraído."
La
primera jamás volvería a trabajar en la casa, desconociéndose su destino.
Isabel regresaría antes de fin de año, permaneciendo allí durante diez meses.
Ser
enviadas al hospital implicaba reconocer un estado grave de la enfermedad, pero
también meses de inactividad con la consiguiente pérdida económica para los
dueños del prostíbulo, razón tal vez por la cual éstos son los únicos dos casos
‑
entre 47 ‑ de
mal venéreo en que las mujeres no permanecen en su encierro.
La
sífilis, que por esos años se podía tratar, pero sin llegar a su cura total,
infundiría riesgos mayores en sus primeras semanas de contagio. Una vez
adquirida la enfermedad, presenta una serie de ulceraciones o chancros que
desaparecen pasadas unas semanas. Este período coincidía con el tratamiento
indicado por los médicos de la época, que pensaban que la enfermedad se había
retirado. Por esto, mujeres reconocidas como enfermas eran dadas de alta meses
después, mostrando, en caso que su permanencia en la casa lo permitiera, el
avance de los períodos más críticos de la enfermedad. Veamos algunos ejemplos.
Gabriela Joërger, alemana de 20 años, llevaba
9 meses en el establecimiento. En el parte del 31‑1‑82 se informa que "se
halla enferma con una pequeña ulceración de carácter venéreo, al lado del
cuello uterino, habiéndose puesto a un tratamiento médico adecuado. En el
respectivo libro se anota enferma." Durante los
próximos tres meses se indica que sigue mejorando y "se la anota en el
respectivo libro como enferma". Pero según el parte del 31 de mayo
"la prostituta Gabriela Joërger se halla ya bien de su ulceración al lado
del cuello uterino vino, por lo que se anota en el libro respectivo,
sana."
En
el parte del 31‑12‑83
encontramos a Julieta Chassemburg inscripta como enferma. En el de febrero del
84 se diagnostica el carácter venéreo de la enfermedad y así continuará hasta
octubre, cuando se le da de alta. A1 mes siguiente regresa a ocupar la calidad de enferma. Ya para el primer aniversario de detectado su mal,
en el parte del 31‑12‑84
la encontramos nuevamente recuperada.
Casos como éste se repiten varias veces, pero
hay otros más graves y significativos: Leonic Marot llegó de Francia en mayo
del '85 e inmediatamente fue conducida a su encierro. La descripción de los
próximos tres años de la vida de Leonic puede cansar al lector por lo que
sintetizaré la exposición de los informes médicos.
Después de 5 meses de permanencia en la
casa el informe de septiembre indica: irritación del cuello uterino y vagina.
El 31 /10 la irritación de cuello uterino y vagina adquiere un carácter
sospechoso. El 30/11 se detecta leucorrea de mal carácter. El 31/12 sigue
enferma pero con mejoría. En enero del 86 recibe el alta y está trabajando los
tres meses siguientes. El 30/04 se reitera la leucorrea y es anotada como
enferma hasta el 30/06, mes en que vuelve a prostituirse. El 31 /07 no se
somete al control médico por padecer una neuralgia frontal. Al mes siguiente
regresa al trabajo y el 30/09 se le diagnostica que "tiene en la vagina
una Úlcera de carácter sifilítico que se la ha dicho a la gerente para que sea
asistida como es debido". Si bien esta recomendación sugería un
tratamiento hospitalario ‑tal cual lo imponía la Ordenanza‑, el mismo se hizo en la casa y
duraría un año y medio, hasta llegar a marzo de 1888, cuando se le da de alta.
Es
indudable que durante este período Leonic mantuvo relaciones, difundiendo la
enfermedad a un sinnúmero de desprevenidos. Sirven como atenuantes sus
temporales estados de alta, que sabemos cuestionables aunque se ajustaran a las
disposiciones municipales.
El
reconocimiento médico, cuando se cumplía tal cual lo establecido, no era más
que la primera de una serie de instancias que, al parecer por los hechos, no
funcionaba siempre de la misma manera.
Margarita Goltstein, también de 22 años y
proveniente de Rusia, pasó el primer examen en febrero del '85 y contrariando
la ordenanza siguió trabajando sin volver a someterse a inspección hasta 5
meses después. Para octubre del mismo año se constata su embarazo y en el parte
del 30 de noviembre se lee: "Margarita Goltstein ha abortado por un
desarreglo cometido por la misma, según dice la gerente." Para principios
del 86 se encontraba enferma y por un lapso de ocho meses no se realizó el
reconocimiento médico exigido. Estas actitudes, sin duda reiteradas y
promovidas por los propios rufianes, debían haber generado multas y clausuras
del local, pero por lo que sabemos, éste era para su época uno de los más
respetados.
Para
finalizar estos relatos, el caso de la austriaca, Raquel Sigitz, es el más
misterioso y singular. Cuando el 9 de mayo de 1884 ingresa en Corrientes 509 lo
hace enferma y embarazada. El Dr. Meza informa sobre la primera condición y si
bien la mujer de 22 años se realiza todos los controles requeridos, no se
detecta su embarazo sino hasta el séptimo mes. El 3 de noviembre dio a luz,
siendo reconocida en todos los exámenes como enferma por espacio de otro año.
Pasado este tiempo, la regente del lugar la contrata como sirvienta y así
continúa en la casa.
Por
estos limitados ejemplos, sabemos que la sola práctica de los controles no
impedía el trabajo de las prostitutas encontradas enfermas. Algunas simplemente
se ausentaban en el momento del control y si bien en el libro se asentaba como
"no se reconoció" era frecuente que con distintas excusas esta
práctica se realizara durante semanas o meses en algunos casos, sin que por
ello ‑
sospechamos ‑
dejaran de prestar sus servicios.
Tal
vez el mismo concepto de tolerancia que la Municipalidad usó para definir estas
casas, fue el que hizo que los inspectores desestimaran los partes médicos que
semanalmente recibían.
Mientras las mujeres que se dedicaban a la
prostitución clandestina eran perseguidas, multadas y en muchos casos
encarceladas por la policía, las de las casas toleradas ‑victimizadas en su encierro‑ eran obligadas a prostituirse
sin importar su estado de salud.
Lenocinios amparados por una reglamentación
ineficiente, que más que propender a la salud general, abría dos alas, por un
lado otorgando el monopolio del negocio a un grupo de rufianes y por el otro,
engrosando las arcas del municipio a través de impuestos y altas patentes.
Según el cristal
La leyenda popular y cierta literatura
romántica fomentaban la idea de que estas mujeres eran jóvenes campesinas
traídas a Buenos Aires a través de engaños. Pero esa idea se desdibuja cuando
constatamos que casi el 10% de ellas llegaban portando síntomas de enfermedad
venérea.
Si
bien esto no ha de ser tomado como un cargo contra estas desdichadas ni exime a
los rufianes de los maltratos y humillaciones a que las sometían, nos permite
acercarnos un poco más a comprender porqué, si con el correr de los años el
tráfico se volvió tan intenso, la lucha en su contra fue proporcionalmente tan
limitada.
Podemos apreciar que las campañas que se
llevaban a cabo en los países de donde eran arrebatadas, eran más bien usadas
como método de control social, apelando en la mayoría de los casos al miedo y
no a la información.
El
traslado de prostitutas o mujeres de vida airada hasta estas costas no era, por
lo tanto, motivo de grandes preocupaciones para las autoridades de sus países
de origen.
Y
recordemos que cuando se trataba, efectivamente, de jóvenes engañadas, éstas
eran mayoritariamente campesinas de religión judía, motivo por el cual aquellos
gobernantes ‑generalmente
infectados de antisemitismo, racismo y discriminación‑ no prestaban mayor atención a
dichos acontecimientos.
Llegadas aquí, los rufianes, las leyes, la
autoridad y la sociedad toda, las sometían a un aislamiento mucho mayor que el
de los cuartos en que trabajaban y ... ¿vivían?
Tal
vez el imaginario colectivo y las artes en general dieron a estas mujeres el
papel de heroínas.
Los
hechos demuestran que el camino hacia su liberación recién llegaría de la mano
de otras mujeres también explotadas y humilladas, trabajadoras en fábricas,
hilanderías, frigoríficos, cigarrerías y tantos otros empleos, que con el
comienzo del nuevo siglo saldrían a luchar por sus derechos.
Un
crimen horroroso
Carolina Metz, era una joven alsaciana, de
20 años de edad, llegada a esta ciudad en 1874 desde Marsella, traída por
Bautista Castañet. Fue ubicada en Corrientes 35 y tras la mudanza continuó con
su oficio en el 509 de la misma calle.
Sería asesinada con tal brutalidad, que
durante años el relato de estos hechos y la búsqueda y juicio de su supuesto
asesino, ocuparía páginas completas en toda la prensa.
Las
súplicas y galanteos de Castañet la convencieron de regresar con él a la
antigua casa que ahora el rufián explotaba. Durante estos meses en los que
trabajó para su nuevo patrón, trabó relación con un húngaro de apellido
Szmeredy. En un hecho muy confuso y del que jamás se llegaron a tener grandes
precisiones, el 25 de julio de 1876 el cuerpo de la joven es encontrado
degollado en su habitación. Tal vez la ferocidad del crimen, sumada a los
hechos y circunstancias que lo rodearon, sirvieron para que la prensa abordara
el tema simulando una novela en episodios.
Notas:
1.‑ La Tribuna, I‑12‑1871 En
días posteriores la misma fuente informa sobre la existencia de 96 proxenetas y
280 mujeres que los sirven, 16‑12‑1871.
2.‑ BISTOW, Edward J., Prostitution &
Prejudice, Schocken Books – New York, pág. I 12‑I 13.
3.‑ El término "esclavas blancas" encierra una visión racista, ya que sufriendo los mismos
vejámenes, no se aplicaba a otras mujeres si no eran de origen europeo.
4.‑ En todos los casos, la numeración
consignada es la antigua.
5.‑ Policía de Buenos Aires,
Seccional I °, Libro Copiador de notas N° 13 pág. 241, 4‑ 1‑1871.
6.‑ Idem, Ibidern N° 16 pág. 151 y
N° 17 pág. 213 La tribuna 24 y 28‑I‑1872; 15‑3‑1872. La Prensa 24‑11872.
7.‑ Revista Médico Quirúrgica,
Buenos Aires, 23‑3‑1875 pág. 406/7.
8.‑Ahora, además del sexo se
podría disfrutar de buena compañía disponiendo de un lugar de reunión con
elegantes salones, juegos, baile, orquesta, bebida y todo en un mismo lugar.
Los prostíbulos que hasta ese entonces se asentaban en
los barrios marginales y estaban orientados a obreros, empleados, soldados y un
sinnúmero de agentes del delito, daban a aquel ambiente un clima sórdido,
oscuro y riesgoso. Ahora colocaban sus luces en el centro de la ciudad,
abriendo sus palacios a comerciantes, industriales y políticos que con frecuencia
los usaban como punto de sus reuniones.
9.‑ Guy, Donna, El sexo peligroso,
Buenos Aires, Editorial Sudamericana, pág. 71.
10.‑ Actual calle Viamonte.
11.‑ El puente de los suspiros, 20‑4‑1878.
12.‑ Según la memoria municipal de
1878 de las 40 casas de tolerancia autorizadas, 31 de estas se encontraban en
el barrio de San Nicolás.
13.‑ Policía de Buenos Aires.
Seccional 3°, Libro Copiador de notas N° 29, pág. 389.
14.‑ La
Pampa, 6‑8‑ I 876
y I 3‑ I ‑ I 883.
15.‑ AIHCBA ‑ Salud Pública. Partes médicos
26‑2‑1876 y 3 1‑3‑ I 876.
16.‑ La Pampa, 3 y 4‑4‑1876.
17.‑ Muchos de los partes se han
perdido pero una gran cantidad se conserva en el Archivo del Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires. Hasta el presente he
logrado recopilar 115, que comprenden el periodo 1876‑1888, año de apertura del
Dispensario de Salubridad, que termina parcialmente con las visitas
domiciliarias.
18.‑ AIHCBA‑Legajo 19‑1877
Policía de Buenos Aires. Seccional 3°, Libro Copiador de notas N° 29, pág. 389.
* Este artículo fue publicado en “Historias
de la Ciudad – Una Revista de Buenos Aires”
(N° 23, Octubre de 2003), que autorizó su reproducción a la Defensoría
del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires.