Entrevista
a Judith Trinquart
Per Claudine Legardinier, septembre 2002
(Original disponible a Prostitution et Société)
Judith Trinquart és metgessa i membre de
l’associació francesa “Mémoire traumatique et victomologie“, que treballa sobre
les consequències psicotraumàtiques de les violències per amillorar-ne la seva
identificació, protecció i curació. La seva tesi de doctorat en Medicina
General, titulada “La décorporalisation dans la pratique prostitutionnelle : un
obstacle majeur à l’accès aux soins” defensada el 2002 analitza els estralls
que la prostitució causa en la salut de les dones que l’exerceixen. Trinquart
ha analitzat de prop aquesta realitat, els elevats percentatges d’estrés
post-traumàtic en les dones en situació de prostitució així com una dissociació
corporal que ella anomena “descorporalització”. En aquesta entrevista
realitzada per la periodista Claudine Legardinier, autora de nombrosos treballs
sobre la prostitució, explica des d’un punt de vista crític el treball en
termes de salud comunitària en l’àmbit de la prostitució, a partir de la seva
experiència en el “Bus des Femmes” (1998-1999).
Traducció al castellà de Dones d’Enllaç.
¿En
qué consiste el concepto de salud comunitaria?
La salud comunitaria es un concepto
sanitario de futuro. Implica una participación equilibrada del personal
sanitario y social, así como de la propia población destinataria de las
iniciativas de promoción de la sanidad. Se trata de desarrollar acciones mejor
adaptadas a las necesidades. La reducción de riesgos se refiere, en lo
concerniente a la población prostituida, a la toxicomanía, a las enfermedades
sexualmente transmisibles y a la prevención de gestos de violencia.
Lo que predomina en la gran tradición del
doctor Parent-Duchâtelet es el aspecto que se refiere a la propagación de
enfermedades venéreas, un peligro que amenaza a la colectividad; se trata de
evitar que las personas prostituidas contaminen al conjunto de la población a
través de sus clientes. Este enfoque de reducción de riesgos es sin duda necesario,
pero lo que me llamó la atención durante las giras del autobús medicalizado
donde efectuaba mis permanencias, fue el hecho de que las necesidades
sanitarias eran mucho más extensas y requerían respuestas mucho más
desarrolladas de lo que proponíamos.
Este enfoque, no sólo no cubre el conjunto
de necesidades sanitarias de las personas, sino que tiende a hacerlas
desaparecer. Produce efectos perversos que caucionan la situación de
prostitución, e incluso la agravan. Si no se acompaña de otros cuidados, de una
promoción de la salud, de medidas de prevención, de reinserción, de
tratamientos, de seguimientos adaptados, cabe preguntarse si semejante
reducción de riesgos no termina siendo una reducción de cuidados.
En su
tesis llega usted a hablar de « proxenetismo »…
La expresión puede parecer excesiva, pero
describe una forma de relacionarse con personas que viven situaciones
terriblemente angustiosas, conocida en otros ámbitos distintos al mundo de la
prostitución, y que algunos han descrito como el “síndrome del participante”
(ndt: del/de la profesional).
La sanidad comunitaria hace que intervengan
como facilitadoras personas que han estado inmersas en la prostitución o que
aún lo están. Frente a determinadas situaciones, ellas sabrán lo que hay que
hacer; pero si esas competencias no son valorizadas mediante una formación
complementaria, servirán sobre todo para perennizar el sistema y permanecer en
la negación de la realidad.
Vemos a esas líderes atenerse a la urgencia
a costa de silenciar palabras que están pidiendo liberarse. Recuerdo a una
mujer joven que se desmoronó emocionalmente ante nosotros, contándonos cómo su
proxeneta le había propinado puntapiés en el vientre hasta provocarle un
aborto. Era un auténtico SOS. Salió riendo. Es verdad que hay un problema de
recursos. Pero que al cabo de diez años nadie haya pensado en instalar un
entorno que permita recoger esa palabra, demuestra a todas luces que esa
palabra molesta, que contradice toda una serie de principios, y que resulta
difícil proponer algo mientras se mantenga a la persona en la prostitución.
Frente a realidades tan violentas, acaba
por producirse una actitud de negación por parte de la persona afectada. No es
un fenómeno exclusivo del mundo de la prostitución. Algunas experiencias, en
los países anglosajones, pero también en el sudeste asiático, desarrolladas con
grupos de supervivientes de la prostitución, demuestran que la denuncia
política del abuso permite la eclosión de una palabra, abre un camino hacia la
salida, favorece un movimiento de autodeterminación, sin juzgar para nada a las
mujeres que se hallan todavía en situación de prostitución.
¿Cuáles
son las necesidades sanitarias reales de esta población?
Cuando es posible aislarse, vemos remontar
a la superficie toda una serie de problemas de salud, secuelas de viejos
traumatismos, físicos y psicológicos, estados infecciosos, detecciones
negligentes; constatamos una precariedad de la salud mental, estados
depresivos, angustias, fobias… Hay una gran negligencia de sí mismas y un
umbral de tolerancia al dolor espantoso.
Recuerdo la visita de una mujer joven,
toxicómana y seropositiva, que se había visto obligada a abandonar a su hijo.
Venía para ser atendida de una torcedura de tobillo, y se desmoronó ante mí. Me
contó su desesperación ante la imposibilidad de volver a ver a su hijo, la
crueldad del entorno en que evolucionaba, la increíble violencia que reinaba en
él. Apenas rebasado ese pequeño espacio de intimidad, se levantó y se fue
sonriendo, ni siquiera cojeaba encaramada en sus zapatos de tacón de ocho
centímetros. El cambio de actitud era radical: por nada del mundo hubiese
querido mostrarse frágil o vulnerable ante las animadoras, ante sus colegas. No
podíamos pasar de ahí.
Resulta igualmente llamativo que las personas
parezcan solicitar una “reparación” mucho más que una curación. Lo que parece
importarles es que la mecánica necesaria para la prostitución siga funcionando.
No es perceptible ninguna irrupción de la vida privada, de la persona, de su
deseo de bienestar; todo se refiere a la actividad de la prostitución, al hecho
de que el cuerpo sólo sirve para ganar dinero.
Se tiene la impresión de una cárcel
psíquica, de un encierro dentro de un sistema; todo aquello que no entra en
dicho sistema, sencillamente no existe. Encontramos esos mismos síntomas, que
forman parte de una estrategia de supervivencia, en otras poblaciones víctimas
de violencias, como en el caso de las mujeres que son objeto de violencias
domésticas.
¿Semejante
estado de salud está vinculado con la actividad de prostitución propiamente
dicha?
Estas personas viven una disociación
profunda. Por el hecho de imponer actos sexuales no deseados de forma
repetitiva, la prostitución engendra una forma de anestesia, primero al nivel
de la esfera genital, sexual, que es la más expuesta. En la medida en que la
actividad de prostitución se prolonga, ese proceso de anestesia se controla
cada vez menos y acaba siendo reflejo; poco a poco afecta a todo el cuerpo e
incide en los momentos en que la persona querría tener emociones, sentir
afectos.
Esa anestesia, ese conjunto de agresiones
contra el esquema corporal, es lo que llamo la “descorporalización”.
Ello conduce a un gran abandono de sí misma
por cuanto a cuidados se refiere. Sin embargo, la sanidad comunitaria defiende
la idea de que la regulación de las condiciones de la prostitución, su
profesionalización, solventaría los problemas de salud. Pero no son tales
condiciones – aunque, por supuesto, no hagan sino añadir todo tipo de
violencias – sino el ejercicio de la prostitución propiamente dicho lo que
engendra esos síntomas.
¿Qué
se puede hacer por esas personas?
Si son capaces de soportar situaciones de
violencia que nadie podría tolerar es porque, para ellas, se trata de un medio
de esconder otra violencia anteriormente sufrida. La palabra tiene mayores
dificultades para brotar cuanto que la persona a quien se quiere esconder esa
violencia es una misma. Cuando tuviésemos sospecha de antecedentes de
violencias sexuales, tema que no puede ser abordado en el bus, habría que
derivar a esas personas hacia centros aptos para escucharlas.
Esos lugares existen. Muchas asociaciones
llevan a cabo una labor encomiable. Lo que falta es una conexión en red de sus
recursos respectivos. Y también una formación elemental por cuanto se refiere a
las y los profesionales del ámbito sanitario, social y jurídico.
El desconocimiento de los antecedentes y de
la realidad de la prostitución, de lo que comporta para el cuerpo y el
psiquismo, constituye un obstáculo enorme para procurar a esas personas una
atención de calidad.
Hacen falta medios y recursos, proponer
soluciones a largo plazo. No hay que contentarse con la reducción de riesgos,
sino que hay que proponer seguimientos psicoterapéuticos, personas
acompañantes, formaciones adaptadas para las personas prostituidas.
¿Y a
largo plazo?
Hay que apostar por la educación sexual,
humanista; enseñar a comunicar y a relacionarse humanamente. Hay distintas
patologías entre los clientes, pero con frecuencia se trata de una patología de
la comunicación y de la relación hombre/mujer. Hay que empezar la educación lo
antes posible, con el fin de hacer comprender que el recurso a la prostitución
no es una forma de sexualidad, sino que constituye una violencia.
Pero no basta con la educación. Es
necesario, siguiendo la huella de la experiencia sueca, implementar medidas
coercitivas para hacer comprender que comprar o alquilar el cuerpo de otra
persona a través de la prostitución constituye una trasgresión. Por otra parte,
tampoco hay que detenerse ante la barrera virtual de los dieciocho años. Ya va
siendo hora de ser coherentes y dejar de afirmar que el abuso de menores
representa algo horrible… al tiempo que se promociona la prostitución,
presentándola como una función social beneficiosa, cuando en realidad no es más
que un sistema de reciclaje de esas violencias. No podemos luchar contra el
incesto y la pedofilia si perennizamos el sistema de la prostitución y si
autorizamos a la gente a que haga con adultos aquello que le prohibimos hacer
con niños. Es pura hipocresía, recuperamos con una mano lo que damos con otra.
Fuente
http://acciofeminista26n.wordpress.com/2012/03/09/entrevista-a-judith-trinquart-metgessa/
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