lunes, 12 de septiembre de 2016

Las prostitutas de los Juegos Olímpicos


Las prostitutas de los Juegos Olímpicos
EL PAÍS se sumerge en el día a día de un grupo de brasileñas que dejaron atrás los estudios, a sus hijos y a su familia para prostituirse durante los Juegos
Mujeres de varios Estados de Brasil están en Río para prostituirse durante los Juegos. Luisa Dörr
María Martín
Río de Janeiro 2 AGO 2016 - 16:57 CEST

Tres palmadas en el aire pueden tener un poder perturbador. Significan que un cliente está entrando y que la conversación y el descanso de los pies, alzados en tacones de 15 centímetros, se han acabado. Nadie te llama por tu nombre, ni te pide nada por favor. Es hora de levantarse, arreglarse la minifalda y fingir. Por la puerta entran dos jóvenes japoneses imberbes, con aspecto de nerds, que se sientan, en seguida, con una cerveza en la mano. A la altura de sus ojos están las piernas de una decena de mujeres con historias muy serias a sus espaldas, poco dinero y mucho maquillaje. Se disponen a elegir.

Estamos en un club nocturno de la turística Copacabana, a menos de dos semanas de los Juegos Olímpicos. Las calles de los alrededores arden con la presencia de decenas de mujeres que buscan dinero a cambio de sexo. Pero aquí dentro el aburrimiento reina hasta bien avanzada la noche. En los sofás, con los hombros cansados, pequeños hematomas en las piernas y largas uñas con esmalte fluorescente, seis mujeres de todo Brasil cuentan sus historias. La conversación continuará durante una semana en otro club nocturno, en el centro de Río, en el que trabajan de lunes a viernes, en el piso de lujo donde conviven con otras siete mujeres y en el taxi que las lleva diariamente a trabajar, en los clubes o hasta en la playa.

Cada una de ellas lleva tatuada una historia: hay una auxiliar de necropsia, una azafata de vuelo, una estudiante de fisioterapia, una aspirante a masajista con el Nuevo Testamento en el bolso y varias madres. También hay una miss y una futura ingeniera industrial que no quisieron conceder entrevistas. Todas ellas tienen en común tres cosas: se acuestan con hombres por dinero, odian su trabajo y han venido a Río a hacer una pequeña fortuna durante los Juegos Olímpicos. Comparten también el sueño de comenzar de nuevo: después de los Juegos, todas se imaginan recuperando una vida normal.



Quien trajo a estas mujeres a la ciudad, y continuará trayendo a más hasta el final de los Juegos, es un matemático que nunca había trabajado con prostitutas, que ha entrado en el negocio con un socio también sin experiencia. No pretenden hacerse ricos, pero se apresuraron a inaugurar un local en el centro de la ciudad para no perder el impulso turístico del evento que llevará la antorcha olímpica a pocos metros de allí. Decidieron atraer a mujeres de otros Estados porque los clientes locales dicen que se cansan de tener siempre las mismas ofertas, pero, en realidad, llevar a mujeres de fuera, alojarlas en un piso donde ellos mismos duermen y ofrecerles el transporte ayuda a tenerlas controladas y evita que falten al trabajo o que causen problemas por temor a ser expulsadas.

Es la hora del almuerzo en un piso de cuatro dormitorios en una urbanización de lujo con vistas a las palmeras imperiales del Jardín Botánico. En la cocina, Luiza (todos los nombres son ficticios) prepara un delicioso plato típico con gambas, una excepción en una dieta que, por lo general, se compone de pollo y carne. Hay dos turnos para que coman las 13 mujeres que viven allí. El primero tiene que salir a la una de la tarde a camino del club, que atrae a encorbatados después del cierre de las oficinas, y el segundo, que sale a las tres de la tarde. Comen e intentan repetir. Su próxima comida será un pan con jamón, de pie, en el club.

Luiza tiene 32 años, vino del Estado de Espírito Santo, a 500 kilómetros de aquí, y aprendió a cocinar con una mujer a la que considera su madre, la directora del orfanato donde vivió hasta los 19 años de edad. Hacía casi una década que no se prostituía, pero regresó después de separarse de su marido, por quien había salido de los clubs. Cuando comenzó a trabajar como prostituta, tras salir del orfanato, sus ambiciones eran sencillas: comprar salmón y comer algodón de azúcar, lujos para una niña sin infancia. Hoy tiene que rehacer su vida y quiere abrir un restaurante, pero no tiene dinero. Se enteró de la oferta de venir a Río a trabajar en este club y aceptó. A disgusto. Es tímida: "Hasta hoy no consigo entrarles a los clientes", dice. Luiza se quedará en Río hasta el 22 de agosto, fin de la competición, con el objetivo de dejar atrás las calles para siempre.

La oferta que Luiza y las otras 12 mujeres recibieron incluye el viaje de ida a Río, la alimentación, el transporte y el alojamiento gratuito. A cambio, están obligadas a trabajar en el club ocho horas al día, de lunes a viernes, a seducir a los clientes para que consuman y a prostituirse el mayor número posible de veces cada noche. Los interesados pagan 100 reales (27 euros) para entrar en el local, 300 reales (81 euros) por acostarse con mujeres y otros 100 reales por el cuarto. La prostitución no es un delito en Brasil y está reconocida por el Ministerio de Trabajo desde 2012, pero lo que los socios de la casa hacen se considera proxenetismo, que castigado con hasta cuatro años de cárcel.


Carol, llena de tatuajes en las piernas y una larga melena negra. Es de São Paulo (a 400 kilómetros de Río), tiene 22 años y no se despega de Márcio, sentado en el sillón de la sala de estar. El joven es el taxista responsable del transporte de las mujeres, un hombre con historias de amor convulsas y mezcladas con el negocio de la prostitución, que muchas noches se queda durmiendo en un colchón en el suelo. Ella se sienta en su regazo, lo abraza y finge que lo está conquistando. Se siente muy sola, confiesa. "Mi padre enfermó y tuve que vender mi moto para pagar las consultas. No me arrepiento de haber decidido prostituirme porque entré para ayudar a mi familia, pero tengo un lado muy solitario, y eso es lo más difícil. Más que acostarme con alguien a quien no conozco y que no me gusta. No tengo novio, no estoy cerca de mis padres, ni de mis amigos", explica Carol entre lágrimas. "Hasta finales de este año quiero salir de esta vida, quiero casarme, formar una familia y trabajar en lo que sea. No le deseo esto a nadie". Cree que Río es su bote salvavidas para llegar hasta ahí.



Thais, de 24 años, creció en una familia evangélica y viajó más de 1.200 kilómetros para llegar hasta aquí. Confiesa que está pensando en abandonar temporalmente la carrera de Fisioterapia para extender su estancia en Río durante todos los Juegos Olímpicos. Quiere ahorrar más dinero, invertir en un posgrado, estudiar inglés y viajar al extranjero. "No sé qué hacer. Voy a ganar más, pero no me voy a graduar con mis colegas y no sé ni qué decirle a mis padres". Para su familia, ella está disfrutando de unas vacaciones. "Nunca voy a recomendarle este camino a nadie. Cuando empecé, a los 19 años, pensé que iba a ser todo alegría, pero la alegría solo duró un mes. Mi miedo es no conseguir salir, porque siempre encuentro excusas para volver. No es un dinero fácil, pero es rápido. Es un vicio del diablo".

En su primera noche de trabajo en Río, en el club de Copacabana, donde los japoneses acaban de entrar y donde los dueños obligan a las mujeres a permanecer hasta las seis de la mañana si no consiguen un cliente, Maria ya tenía en la cabeza la idea de irse. "Odio lo que hago. Pero es el único camino rápido que tengo de hacer dinero, busqué tanto pero tanto empleo y no lo conseguí... ", contaba vestida con un body escotado de leopardo y una minifalda negra antes de que la conversación fuese interrumpida por las tres palmadas. María pensaba quedarse en el apartamento hasta su graduación como auxiliar de necropsia, en septiembre, pero abandonó esa idea el jueves. "Vine con la expectativa de ganar dinero, tengo que pagar mis cuentas, quiero estudiar en el extranjero, pero me dijeron que habría mucho movimiento y no fue así", cuenta ya en el autobús hacia Goiás, a 1.700 quilómetros de allí.


Es probable que María no sea la única en ver sus expectativas frustradas de aquí al final de los Juegos Olímpicos. Los grandes eventos deportivos suelen ser vistos como una fuente inagotable de dinero, pero para muchas mujeres no es más que humo. Un estudio de campo del Observatorio de la Prostitución, de la Universidad Federal de Río, indagó, por medio de entrevistas sobre el impacto del Mundial de 2014, en las zonas de prostitución más importantes de Río (Vila Mimosa, Ipanema, Copacabana, Lapa y el centro de la ciudad) y llegó a la conclusión de que fue un mal negocio para muchas prostitutas que trabajaron en las calles. Según el informe, las mujeres vieron una disminución significativa en el número de clientes, tanto por la concentración más alta de profesionales del sexo en las zonas más turísticas, como por el poco movimiento en lugares como el centro de la ciudad durante los días que fueron decretados festivos debido a evento. El portero del club de Copacabana donde estamos dice, sin embargo, que en aquella época la cola de clientes daba la vuelta la manzana.

Martha, que vino de São Paulo, tiene 22 años, una sonrisa infantil y generosa y es una de las varias madres solteras del grupo. Sus padres murieron y busca en Río un futuro para su hija, que se ha quedado a cargo de su hermana, en paro. Se prostituye desde hace solo dos meses, "cuando empezaron a faltar cosas en casa y no había ni para la leche". Su último trabajo formal fue en una tienda de chocolate. "No se puede criar a un niño con mil reales (280 euros), ¿no?", explica. Sus problemas, sin embargo, van más allá de las compras en el supermercado. Amenazada de muerte por el padre de su hija, que está en la cárcel, tiene que salir de su ciudad antes de que él quede en libertad para sentirse a salvo.

Entre las más veteranas del grupo se impone la presencia de Tamara, alta, corpulenta y con el pecho y el trasero más que generosos. Con 29 años, ya se ha prostituido en todos los rincones de Brasil, atraída por eventos de todo tipo, e incluso hizo una gira por Europa. Criada en un colegio de monjas y con un Nuevo Testamento siempre en el bolso, el discurso de Tamara es crudo, sin intención de idealizar una profesión que también odia y que difícilmente consigue ejercer sin drogas. "Empecé porque quería ir a la universidad, pero pregúntame si he estudiado algo", provoca. "No. Pero el dinero vicia tanto que no sabes salir". Entre las mentiras que rodean este mundo, Tamara incluye el sueño de dejar las calles que todas sus colegas, e incluso ella, alimentan. "No existe lo de exputa, lo que puede ser es que pares durante un cierto tiempo, pero después vuelves a lo que sabes hacer mejor", dice. "Estoy desesperada por salir, no voy a mentir. Pero encontrar trabajo no está fácil. ¿Qué pasa si lo dejo y vuelvo a pasar necesidad?"



Una semana después de encontrarlas por primera vez, la convivencia y las conversaciones con el grupo revelaron algo más en común entre ellas: cuando el ruido de los clubes se apaga y el rastro de alcohol y el sexo se pierde por el desagüe de la ducha, lloran en silencio bajo el edredón.


http://deportes.elpais.com/deportes/2016/07/30/actualidad/1469906880_281684.html





martes, 6 de septiembre de 2016

Origen de la palabra “puta”



Origen de la palabra “puta”
De diccionarios, acepciones, etimologías e ideologías.
Nora Buich         Integrante de la Comisión de Mujeres del Astillero Río Santiago
Domingo 21 de agosto | Edición del día

“Evidentemente sin tapujos, dulcísimo Vario,
yo diría: “que me muera si no me ha perdido ya este puto”
Pero si las buenas formas prohíben realmente decirlo,
no diré: “me ha perdido ese muchacho”.

Estos versos latinos, de finales del siglo 1 a.C., serían uno de los primeros registros en donde puto, que era equivalente de jovencito, se asocia con la prostitución. De allí pasó a utilizarse en su forma femenina.

En su página digital la Real Academia Española (RAE) acerca del origen de la palabra puta tiene esta primera entrada: Quizá del lat. vulg. *puttus, var. del lat. putus ’niño’. Es extraño que la RAE presente tan vaga información sobre sus orígenes, cuando hay mucha documentación sobre esta palabra.

En el Diccionario Crítico Etimológico Castellano e Hispánico de Joan Corominas encontramos que procede de la palabra putta (muchacha), femenino de putto (muchacho), efebos y efebas a los que ya en la época romana se les asociaba con la prostitución.

En varias publicaciones y páginas fiables de internet encontramos que “los filólogos clásicos, asocian la palabra puta con el latín putta (muchacha, chicuela, especialmente “chica de la calle”) que ya en latín se usó con el valor de prostituta, derivado, en realidad de puto”.

En arte, putti es otra forma de nombrar a los angelitos que son un ícono clásico, con que se adornan cuadros, relieves, etc. que representan una escena con trasfondo erótico o incluso religiosa en que se quiere demostrar de alguna manera el amor divino.

Pero volviendo a la Real Academia, ésta institución guarda entre sus joyas la edición digitalizada del Tesoro de la Lengua Castellana o Española de Sebastián de Covarrubias que cuando aparece en 1611 es el primer diccionario monolingüe del castellano.

En una línea muy distinta, Covarrubias dice que puta es: la ramera o ruin mujer. Casi podrida, que siempre está caliente y con mal olor.

¿En qué contexto escribe Covarrubias su diccionario? Para el 1600 Europa está transformándose, en el lento pasaje del feudalismo al capitalismo. Hay hambrunas, guerras, caídas de los salarios y esto afecta mucho más a las mujeres. Como sostiene Silvia Federici en su libro Calibán y la Bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria (Buenos Aires, Tinta Limón, 2010): “A mediados del siglo XVI las mujeres estaban recibiendo sólo un tercio del salario masculino reducido y ya no podían mantenerse con el trabajo asalariado, ni en la agricultura ni en el sector manufacturero, un hecho que indudablemente es responsable de la gigantesca extensión de la prostitución en ese período”.

Además, la iglesia católica muestra a la mujer como débil mental, proclive a hacer tratos con el diablo. Comienza la caza de brujas, el ataque a sus derechos reproductivos y a la introducción de nuevas leyes que sancionan la subordinación de la esposa al marido en el ámbito familiar. Se muestran dos tipos de mujer: a María santa y buena, encerrada en el hogar y la perdida Eva, que peca y es expulsada del paraíso.

El capitalismo avanza, con ello la división de las clases sociales, y se acentúan estas tendencias: a las mujeres, en general, le son cercenados sus derechos, pero es la mujer del burgués la que puede quedarse en casa, cuidando a los hijos si quiere preservar su honor porque es la esposa del que posee los bienes y los medios de producción. En cambio, la obrera y la campesina son humilladas, castigadas y empujadas a ser una mercadería más que el burgués compra, en la hacienda, en el taller, en la fábrica y también en el prostíbulo.

Con hipocresía, la prostitución es condenada moralmente pero no eliminada. Porque para que el buen burgués no deshonre a su santa esposa, los peores pecados los comete con la puta del prostíbulo, y el prostíbulo no está en pleno centro de la ciudad… pero tampoco está tan lejos, cosa de que el señor llegue enseguida, cuando lo necesite.

Entonces el mundo público es para los hombres y las mujeres se vuelven parte del mundo privado. Y las únicas públicas son las putas. Pero estamos hablando del siglo XVII, hoy es distinto…

Vuelvo a la página digital de RAE, y encuentro ejemplos de los usos de la palabra puta: “casa de putas” y su sinónimo “casa de lenocinio”. ¿Y qué es eso?: casa de mujeres públicas, dice el diccionario. ¡Igualito que en siglo XVII!

Y cuántas veces escuchamos: se viste como una puta, anda hecha una puta, tiene cara de puta, etc. Cuando se dicen frases como ésas se está diciendo lo mismo que dijo la iglesia para justificar la quema de mujeres en la hoguera, para quitarle, por ejemplo, el derecho a ejercer la medicina, el derecho a decidir cuándo tener hijos o no tenerlos, el derecho al libre goce de su cuerpo.

Cuando se dice eso, se justifica que por la ropa que lleva puesta la mujer puede ser violada. O que merece ser corregida y se justifica la violencia sobre ella.

Cuando se dice eso, se está reforzando la idea de que la mujer es menos que el varón, que es una cualquiera a la que el patrón le puede pagar menos dinero por la misma tarea.

Un Don juan es un tipo lindo, pero Doña Juana es la mujer que limpia; el hombre atrevido es valiente, pero las mujeres atrevidas somos maleducadas, unas putas; un tipo rápido es un tipo inteligente pero una mujer rápida es una puta.

Si invitamos a alguien a salir somos atorrantas: putas; si tomamos las calles para reclamar por nuestros derechos o simplemente salimos a divertirnos somos callejeras: putas, si tenemos mucha experiencia en la vida, somos mujeres de la vida: putas.

El hombre público es el que actúa en los ámbitos sociales y políticos, la mujer pública es la que ejerce la prostitución.
Al hombre no se lo juzga por su ropa, por sus encuentros sexuales, por su cara -que viene a ser “por sus intenciones o actitudes”-. Porque va de suyo que todo: su cuerpo y el mundo le pertenecen, aunque a esta altura vale preguntarse: ¿a qué hombres le pertenece el mundo? A todos, no.

Y las que opinamos, las que reclamamos por nuestros derechos, las que gozamos nuestra sexualidad como se nos canta… y tomamos a las calles y arrancamos de la cárcel a mujeres como Belén somos las putas. 

Porque, en definitiva, todo lo que se sale de la norma establecida, es catalogado de la misma manera para denigrarnos.

A esta altura, voy a coincidir con Covarrubias en eso de que estamos podridas, pero no por nuestros “deseos carnales” sino por nuestra situación.

¡Muchas estamos podridas, hartas de aguantar al machismo y al sistema al que ese machismo les viene como anillo al dedo para ganar cada vez más! ¡Estamos podridas, hartas de las instituciones que, como la Real Academia Española, reproducen los valores y prejuicios patriarcales! Así que, si queremos empezar a transformar las cosas, empecemos por no repetir como un eco las palabras de los que nos humillan y nos castigan. Que, si hay algo que huele mal, definitivamente, no somos nosotras.

Fuente
http://laizquierdadiario.com/Origen-de-la-palabra-puta