La prostitución en los pisos de Córdoba contada por sus
protagonistas
«Me metí en esto por casualidad y ahora no sé cómo salir ni
si quiero salir», afirma una de las entrevistadas por ABC
RAFAEL A. AGUILAR
@abccordoba
CÓRDOBA
22/10/2017
ELLA cuenta su historia en el tiempo que tarda en consumirse
su cigarrillo sentada en un velador de la plaza de Jerónimo Páez. «Yo llegué a
esto de casualidad, sin quererlo ni buscarlo: y ahora no sé muy bien cómo salir
ni tampoco sé muy bien si quiero salir...», explica M. al prender su primera
ración de nicotina matinal para que le ayude a olvidar, quizás, las penurias de
su forma de ganarse la vida y sobre la que la Fiscalía de Córdoba acaba de
advertir en un informe de que se trata de una actividad en alza en pisos de la
capital. La ficha de esta mujer aún joven es la siguiente: a un par de años de
alcanzar la treintena estudia un grado intermedio en la universidad desde hace
un lustro largo, cuando se trasladó a Córdoba desde su localidad natal de la
campiña.
«Me metí en esto sin darle mucha importancia y cuando te das
cuenta estás metida hasta el fondo»
M.
«Entonces tenía novio, el típico chaval de tu barrio que te
pide salir cuando estás en el instituto. Me liaba con él en el pueblo, como
hacíamos todos. ¿Enamorada? No, no creo. Un ligue era. Si no tenías novio eras
invisible. Me vine a Córdoba a estudiar en la universidad. Ahí cambió mi vida:
como tenía poco dinero para el alquiler busqué habitaciones baratas y encontré
una céntrica que la ofrecía una mujer quince años mayor que yo y que estaba
tirada si la comparabas con las otras que vi», relata esta joven. Ella
comprendió pronto el porqué de la rebaja. «¿Me ves cara de tonta? Pues no, no
lo soy. Así que noté cosas raritas desde el principio: mi casera entraba y salía
a horas raras, a veces no volvía en toda la noche y se me pasaban dos o tres
días sin verla, cambiaba de pareja como quien cambia del Nobel al Fortuna.
Hasta que ella misma me explicó a qué se dedicaba. ‘Si no te gusta vivir
conmigo con lo que eso significa, ya sabes dónde está la puerta’, me dijo».
Hombres limpios y educados
M. se ajusta las gafas de sol anchas con las que protege en
parte su identidad, igual que hace con la renuncia a dar más datos de su nombre
de pila que vayan más allá de la primera letra, y agacha la cabeza levemente.
«Qué quieres que te cuente... Supongo que todo se resume en que me pasé a su
bando, en que me metí en su negocio, primero sin darle mucha importancia y con
la idea de hacerlo de vez en cuando y con clientes que ella me recomendaba
porque eran limpios y educados, y es verdad que lo eran, y con eso me sacaba un
dinero y podía vivir sin depender del dinero que me pasaban mis padres, que era
poco... Y cuando te das cuenta estás metida hasta las trancas», completa esta mujer.
La piel de M. es doctora en el genero humano. Y en hombres
en concreto. «Aquí ves de todo: cosas que a veces de asquean y otras que te
ponen los pelos de punta. Pero al final eres una profesional: cumples con tu
función, das placer, das cariño, escuchas, consuelas, dejas que fantaseen
contigo y nada más... y nada menos. Porque en el móvil hay mensajes de dos
clientes más esperando para lo que queda del día», se sincera ella, con el
pitillo quemándole ya entre los dedos. «Mira, tengo un cliente fijo que viene
cada dos semanas o tres: un hombre del montón, padre de familia, un tío de ley,
que sisa de aquí de allí de la economía de su casa hasta que consigue los
sesenta euros que le cobro por un completo. Cuando tiene la pasta me llama y se
viene a mi cuarto flechado. Me dice que me quiere más que a su mujer, por la
que se casó por amor me asegura, porque le doy más cariño y soy más
comprensiva, más generosa. Me deja el dinero en la mesilla y se va llorando.
Como no vas a poner mi nombre en el periódico, ni se te ocurra, te digo que a
mí se me rompe el corazón y me dan ganas de no cobrarle...».
Una prostituta del casco histórico
Más pragmática es La Calabresa, el apodo que elige para este
reportaje una veterana en esto de satisfacer los deseos carnales ajenos.
Cordobesa con un pie en los cincuenta, ella viene de vuelta en todo lo que
tiene que ver con la prostitución. «Al principio tuve un jefe, un corredor de
chicas que me traía clientes de toda la provincia y a veces a algún extranjero
con ganas de acabar la visita a la ciudad con fuegos artificiales, pero terminé
montándomelo por mi cuenta: en mis bajos mando yo, como dijo el otro», resume
en la puerta de una concurrida casa de citas muy cerca de la Ribera. «A los
lloricas que llegan en busca de cariñitos y de cuentos de ‘Pretty Woman’ los
mando al psicólogo, aquí se viene a darle leña al mono, que nosotras somos
profesionales del sexo, no amiguitas del alma, ¿me estás entendiendo?»,
completa sin mirar siquiera a su interlocutor.
La pierna de una prostituta
Si La Calabresa es perro viejo en el oficio, V. acaba de
desembarcar en él. De nacionalidad rumana y con apenas veinticinco años, acepta
relatar su historia a través del otro lado del hilo telefónico y con la
condición de que su nombre quede oculto. «Somos tres chicas con casa en las
afueras, en una finca en el campo. A veces nos mueven, los jefes traen a unas
nuevas y a otras las cambian de sitio. Dicen que así funciona mejor el mercado,
que los clientes se animan», detalla ella, que llegó a España por las
referencias de una amiga.
M., la chica de menos de treinta años de la campiña que
entró en el negocio de las pasiones carnales a tanto la hora por la influencia
de su casera, aplasta su cigarrillo en el empedrado de la plaza de Jerónimo
Páez y se despide con un gesto seco: «A
veces no haces con tu vida lo que debes ni lo que quieres sino lo que puedes.
Es triste verme como me veo pero yo no lo elegí. Puedes estar seguro».
http://sevilla.abc.es/andalucia/cordoba/sevi-prostitucion-pisos-cordoba-contada-protagonistas-201710220924_noticia.html
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